martes, 4 de agosto de 2009

VII: Algo sobre la vida

La vida es un tanto desprolija y caótica. Se presenta inevitable y nos carga con la responsabilidad de vivir. Lanzados al mundo, tratamos de no ser simplemente animales por lo que buscamos al otro, proyectándonos en él, junto con él.

Así la vida transcurre; un tanto propia, un tanto ajena. Y lo más propio es lo más ajeno: al fin en soledad, donde debieran el tiempo y la sombra ser sólo nuestros, nos hallamos pensando en el otro, mirándolo en la hoja del amor desenvainado; y en lugar de vivir, morimos por él.

La vida vale lo que uno la precie. Por lo tanto, la vida vale lo que uno mismo vale. No hay manera de que, si uno se quiere como es, no quiera la vida también tal y como es. Y uno debe quererse como es, porque se construye a sí mismo en sus elecciones, y nunca se elige lo que no se quiere (aunque la elección sea condicionada tanto por la situación como por los afectos -amores y amistades-, uno se deja limitar las posibilidades por esas condiciones porque elige mantener sus afectos, etc.).

Tengo, en pocos años, bastantes decepciones, una confianza ciega por parte de algunos que me molesta por la responsabilidad que lleva de hacer siempre bien, la impresión de no entender demasiado, la necesidad de intentar algún cambio sumado a la imposibilidad de ver por dónde empezar y su consecuente estancamiento, y un ojo que me llora de vez en cuando algún amor que nunca fue.


(Escrito originalmente a pedido)

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