martes, 14 de abril de 2009

IV: Sobre algunas cuestiones del ser en sentido amplio


Ser-uno es fácil. Simplemente se es, de alguna u otra manera, e independientemente de la voluntad. Sin embargo, existe cierta influencia de la voluntad propia en lo que respecta a lo que podría definirse como “moldear el ser-uno”, así como también influye en dicho proceso la voluntad ajena. Cuál de las dos tiene preponderancia sobre la otra, es cuestión para otro apartado.

Lo difícil, entonces, no es ser-uno, sino ser-con-alguien.

Hay razones para haber propuesto la escisión entre “ser-uno” y “ser-con-alguien” (bien podría haber subordinado el segundo en el primero). Es mucho más interesante, y hasta más productivo, pensar  estas dos instancias en constante relación y juego, y sin ningún principio último que los nuclee; y adjudicándole a su relación, a su juego mismo, el nombre de “SER”, en sentido amplio.

Ahora, el ser-con-alguien es lo difícil, lo atemorizante. La relación “ser-uno/ser-con-alguien” genera una tensión constante que puede oscilar entre sus extremos, o bien mantenerse en equilibrio. *

De manera muy general (como en todo este texto) voy a definir dichos extremos, en los que prevalece uno de ambos términos.

Cuando se favorece al ser-uno, se gana “autenticidad”, es decir, se mantiene “lo propio” (si bien ya observamos que tanto la voluntad propia como la ajena determinan conjuntamente al ser-uno, por lo que “lo propio” tiene cierto grado de “ajeno”. De todas maneras, no voy a entrar en estas cuestiones), y se genera a la par un rechazo hacia el ser-con-alguien, en lo relativo a su incorporación como algo también propio, o dicho de otra manera, como algo constituyente de su SER. El ser-con-alguien se transforma en “ser-con-uno-mismo”.

Al otro extremo, cuando se favorece al ser-con-alguien, se produce una supresión casi  total del ser-uno, donde queda determinado por lo ajeno, supeditado a lo ajeno. Este es un caso especial de predominio de la voluntad ajena por sobre la voluntad propia, donde lo ajeno es ese “alguien” del ser-con-alguien. Entonces, el ser-uno se ve condicionado todo el tiempo a los designios del ser-con-alguien, y transformándose así, en “ser-otro”.





*Disculpen esta nota en la que me dirijo a ella.

Quizás tengas claro lo que te pasa respecto de mí. O quizás sea ese miedo lo que determina tus acciones (erráticas a veces, desde donde yo me paro). Tal vez  la tensión “ser-uno/ser-con-alguien” te agobie, y te haga difícil encontrar equilibrio, obligándote a favorecer al ser-uno por sobre el ser-con-alguien, por una cuestión de no perder la “autenticidad” o “lo propio” (el otro extremo, o el otro “favoritismo”, tampoco es recomendable. Es probable también, que yo me encuentre en este extremo). O, por último, quizás me aferre a esta posibilidad entre tantas, con el objeto de no dar cuenta del final prematuro de algo que podría haber sido (en la plenitud del término).

Otra vez, disculpen esta nota. La noche está nublada.

martes, 7 de abril de 2009

III: Sobre algunos caracteres del amor

Bien escribió un día Baudelaire: “Espantoso juego del amor, en el cual es preciso que uno de ambos jugadores pierda el gobierno de sí mismo.”

Juego. Sin embargo, un juego donde las reglas están borroneadas; donde hay una regla que dice así: “se permite hacer trampa”. Un juego donde la meta no está al final, sino en el camino. Donde hacer malas jugadas a veces te hace saltar casilleros para adelante. Y en cierto sentido, un juego de vida y muerte, y de renaceres.

Dos jugadores. Sin embargo, cada uno juega múltiples tableros, con diferente intensidad e interés. Esto, en el sentido de que todas las relaciones guardan en sí la potencialidad de amor.

Perder el gobierno de sí mismo. Actuar siempre en relación a lo que pueda suceder respecto de las “movidas” del otro jugador. Dejar de circular el tablero para estancarse y ver pasear al rival por alrededor, digamos, “libre” (y, paradójicamente, es lo que de aquél se anhela y a la vez se teme, su “libertad”). Seguirle el paso (¡qué triste! ¡Hay que marcar el propio!) con  temor a tropezar, con temor a dejarlo/a atrás también. En fin, esperar siempre el movimiento del adversario para elaborar el propio, y entonces limitando el campo de acciones, dejando que lo determinante no sea el querer de uno, sino el hacer del otro.

Respecto del gobernante no voy a hablar.

Concluyo, que la palabra “espantoso” es algo exagerada.

domingo, 5 de abril de 2009

II: Sobre música y escritura

Escribir no es muy diferente de hacer música.

Las palabras de una frase se corresponden con las notas de una melodía. A su vez, el papel que juega cada nota y su relación con las demás, sería comparable al concepto al que remite cada palabra y su forma de articularse con las otras. Sin embargo, en el acto de escuchar una melodía sucede algo maravilloso, lo cual no aparece en la lectura de una frase: el inmediato contacto del corazón con dicha melodía.

La última afirmación es objetable en varios puntos. Primero, no existe una inmediatez absoluta entre corazón y melodía, es decir, se precisa la capacidad de oír sonidos y luego procesar esa información, lo cual implica entonces un mediador; pero si consideramos que ésta es la única manera en que nos es posible la percepción auditiva, el hecho no tiene relevancia para el caso, y por ende es posible sostener ese carácter inmediato. Segundo, bien está formular esta pregunta: “¿y la lectura no es percepción visual y procesamiento de información, y por lo tanto inmediata?”. No, existe un mediador más: el lenguaje y su trama de conceptos. Éstos obligan a trabajar al pensamiento para lograr desentrañar el significado de la frase (considero aquí, que lo que llamo “procesamiento de información” es simplemente lo que le da forma a lo que vemos u oímos, etc. –percibimos- en tanto hace posible su percepción misma; en cambio, el plano donde trabaja el pensamiento es uno completamente distinto. No voy a extenderme en este tema). Luego, sí es posible el contacto con el corazón. Ahora, bien se podría argüir, que la música también tiene lenguaje y un significado que desentrañar, que desenredar. Cierto, sólo que en este caso se produce el camino inverso al de la lectura, es decir, llega a través de los sentimientos para luego someterse a esa “traducción” que es el entendimiento.

No creo haber resuelto ningún enigma, ni haber echado luz sobre ninguna cuestión realizando esta comparación. Sin embargo, fue un buen ejercicio mental. 

I: Introducción

Me gustaría abrirme paso a través de la espesura de eso que podría llamarse “mundo”. Definir, dar una aproximación –es preciso decir que a partir de lo que yo escriba, construirá cada uno su interpretación acerca de cómo yo interpreto ese “mundo”- o tal vez esbozar simplemente una idea muy general de este concepto, sería un trabajo en cierto sentido arduo, sobre todo en lo que respecta al pulido de las contradicciones que pueda suscitar esta acción y que prefiero que cada uno vaya vislumbrando, desentrañando, y hasta resolviendo a partir de estas entregas. Es decir, las contradicciones son constituyentes de mi concepción, al mismo tiempo que “fallas”, “faltas” o “errores” –no consigo una expresión que se ajuste- de ésta, por ello es interesante que cada uno de ustedes las evalúe y abogue por alguno de los factores contradictorios, o también puede ser que juzguen a la contradicción como constituyente, no de mi concepción, no de mi discurso, sino del “mundo” mismo.

Ahora, voy a intentar no aclarar cada una de mis afirmaciones, ya que corro el riesgo de acabar diciendo nada, o quizás, de acabar diciendo más acerca de mí mismo que del “mundo”. Al mismo tiempo, vale decir que hablar acerca del “mundo” es en cierta forma, hablar de mí mismo, de una de las partes que de alguna manera me constituyen. Pero no voy a entrar en ese tipo de discusiones o desarrollar esas cuestiones ya que no me conciernen en este momento.

Sin más, voy a intentar ese “abrirse paso a través de la espesura” del que hablé al inicio de estos párrafos.