martes, 7 de abril de 2009

III: Sobre algunos caracteres del amor

Bien escribió un día Baudelaire: “Espantoso juego del amor, en el cual es preciso que uno de ambos jugadores pierda el gobierno de sí mismo.”

Juego. Sin embargo, un juego donde las reglas están borroneadas; donde hay una regla que dice así: “se permite hacer trampa”. Un juego donde la meta no está al final, sino en el camino. Donde hacer malas jugadas a veces te hace saltar casilleros para adelante. Y en cierto sentido, un juego de vida y muerte, y de renaceres.

Dos jugadores. Sin embargo, cada uno juega múltiples tableros, con diferente intensidad e interés. Esto, en el sentido de que todas las relaciones guardan en sí la potencialidad de amor.

Perder el gobierno de sí mismo. Actuar siempre en relación a lo que pueda suceder respecto de las “movidas” del otro jugador. Dejar de circular el tablero para estancarse y ver pasear al rival por alrededor, digamos, “libre” (y, paradójicamente, es lo que de aquél se anhela y a la vez se teme, su “libertad”). Seguirle el paso (¡qué triste! ¡Hay que marcar el propio!) con  temor a tropezar, con temor a dejarlo/a atrás también. En fin, esperar siempre el movimiento del adversario para elaborar el propio, y entonces limitando el campo de acciones, dejando que lo determinante no sea el querer de uno, sino el hacer del otro.

Respecto del gobernante no voy a hablar.

Concluyo, que la palabra “espantoso” es algo exagerada.

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